‘El espíritu de la colmena’ de Víctor Erice

Cuando la infancia observa en silencio lo que los adultos callan
Hay películas que no se explican, se sienten. Y ‘El espíritu de la colmena’ (1973) es justo eso: una experiencia íntima, brumosa y silenciosa que nos hace ver el mundo como lo ve una niña que aún no sabe ponerle nombre al miedo ni a la fantasía. Víctor Erice dirige esta joya como si escribiera un poema con imágenes, pausas y susurros.
La historia es sencilla: Ana (interpretada por la increíble Ana Torrent, que tenía solo 6 años) vive en un pueblo castellano en los años 40, poco después del fin de la Guerra Civil. Un día proyectan Frankenstein (1931) en una función itinerante, y la película le cambia la vida. A partir de ahí, Ana comienza una búsqueda obsesiva por entender la muerte, el alma, lo invisible… lo que realmente significa estar vivo.
Pero la película no solo trata sobre Ana. Es también una metáfora de una España rota, de una generación que creció entre silencios, fantasmas y paredes llenas de secretos. La familia, el paisaje, incluso la luz, están teñidos de una extraña melancolía. Todo parece estar detenido en el tiempo, como si el mundo se hubiera quedado a medio construir.
La cámara de Erice nunca invade, solo observa. Con planos largos, estáticos, a veces con más vacío que acción, el director nos invita a mirar como mira Ana: sin saber bien qué busca, pero con una curiosidad insaciable.
‘El espíritu de la colmena’ no ofrece respuestas. Pero sí plantea una de las preguntas más poderosas del cine: ¿Qué queda de nuestra infancia cuando el mundo deja de ser mágico?
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