Blue Is the Warmest Color, de Abdellatif Kechiche
Cinefagia
- junio 12, 2025
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Amor, deseo y desbordamiento en azul intenso
Hay películas que, por una u otra razón, se vuelven parte de la conversación colectiva. Blue Is the Warmest Color (2013) es una de ellas.
Ganadora de la Palma de Oro en Cannes, provocadora desde su estreno, amada y criticada por igual, esta cinta dirigida por Abdellatif Kechiche no pasó desapercibida para nadie. Y no debería.
Detrás de las polémicas que la rodean —especialmente por sus escenas sexuales explícitas y el debate sobre la mirada masculina—, hay una película que retrata con intensidad arrolladora lo que significa amar por primera vez. Amar tanto, tan profundo, tan confuso, que el mundo se desdibuja y solo queda la otra persona.
La historia sigue a Adèle, una adolescente que comienza a descubrirse, a explorar su identidad, a preguntarse por todo eso que no encaja en las expectativas sociales ni en los discursos preestablecidos. Un día ve pasar a una chica con el cabello azul. Y todo cambia.
Esa chica es Emma, y lo que empieza como una atracción silenciosa se convierte en un torbellino. De deseo, de dudas, de entrega. Kechiche nos lleva por un recorrido extenso, detallado y a veces incómodo —como lo es cualquier relación intensa— por la construcción, consolidación y eventual ruptura de ese vínculo. Aquí no hay moralejas. No hay idealización. Hay momentos bellísimos y otros absolutamente devastadores. Como el amor, vaya.
Lo más potente es la actuación de Adèle Exarchopoulos, quien carga con toda la película en los hombros (y el alma). Su rostro lo dice todo: la emoción, el hambre de afecto, el miedo, el desgarro.
Léa Seydoux como Emma es magnética, pero es Adèle quien encarna el corazón abierto y vulnerable de esta historia.
La cámara de Kechiche se obsesiona con los detalles: una lágrima que se detiene, una boca temblorosa, una mirada que se quiebra. Es una película íntima, física, a veces hasta invasiva, pero profundamente humana.
Por momentos, Blue Is the Warmest Color puede parecer excesiva en duración o en forma, pero su fuerza está justo ahí: en no resumir, no cortar, no endulzar. Nos muestra el amor como lo vivimos en la vida real: largo, confuso, doloroso, revelador.
¿Por qué verla (si aún no lo has hecho)?
Porque más allá del escándalo y las etiquetas, es una historia sincera sobre crecer, amar y dejar ir.
Porque te enfrenta a esa versión de ti que alguna vez se enamoró sin entender del todo lo que pasaba, pero lo sintió todo.
Y porque no todas las películas tienen el valor de mostrar que el amor no siempre es justo, pero siempre transforma.