‘Mary and Max’ de Adam Elliot
Cinefagia
- abril 23, 2025
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La infancia no siempre es color de rosa… pero sí puede ser gris, y aún así tener luz
Mary and Max’(2009) es una de esas películas que rompen los moldes. No es una historia “bonita”, pero sí es profundamente conmovedora. No es alegre, pero sí es luminosa en su honestidad brutal. Y sobre todo, es una mirada cruda, tierna y sincera a la niñez solitaria, la diferencia y la necesidad de conexión.
Dirigida por Adam Elliot, esta película australiana animada en stop-motion nos cuenta la improbable amistad entre Mary Dinkle, una niña de 8 años, tímida, con sobrepeso y sin amigos, que vive en las afueras de Melbourne; y Max Horovitz, un hombre judío de 44 años, con síndrome de Asperger, que vive en Nueva York. Dos almas que se encuentran por casualidad, cruzando medio mundo gracias a una carta enviada al azar… y que construyen un lazo capaz de sostenerlos a ambos en sus respectivos abismos.
Lo fascinante es cómo Elliot utiliza la animación para contar una historia que, por su dureza, podría parecer demasiado para el cine infantil, pero que precisamente desde esa estética “suave”, nos golpea con verdades duras: la depresión, el bullying, los trastornos mentales, el abandono, el suicidio. Todo esto existe en la historia de Mary. Todo esto existe en la vida de Max. Pero no como golpes bajos, sino como parte del paisaje emocional de dos personajes que simplemente intentan sobrevivir.
Mary and Max es un homenaje a los raros, los solitarios, los que siempre se sintieron fuera de lugar.
La niñez de Mary, a diferencia de la que solemos ver en películas más comerciales, no es idílica. Es gris, literal y simbólicamente. Su vida está llena de ausencias: padres negligentes, compañeros crueles, un mundo que no sabe verla. Y justo cuando parece que todo va a seguir así, aparece Max. Alguien que no la juzga. Alguien que tampoco encaja. Y entre dos personas rotas, surge un puente emocional tan real como esperanzador.
La estética en tonos sepia, grises y marrones crea una atmósfera melancólica, casi opresiva, pero también profundamente humana. Cada detalle de la animación en stop-motion está cuidado hasta el extremo, reforzando la sensación de que la vida puede ser absurda y dolorosa, pero también llena de pequeños gestos que salvan.
Más allá de la amistad, la película también reflexiona sobre cómo la niñez marca, pero no define para siempre. Mary crece, cambia, cae y vuelve a levantarse, pero lo que permanece es esa necesidad fundamental de ser aceptada, de ser escuchada, de ser entendida.
Mary and Max es un homenaje a los raros, los solitarios, los que siempre se sintieron fuera de lugar. Y es también un recordatorio de que, a veces, lo único que necesitamos para seguir adelante es saber que, en algún lugar del mundo, hay alguien que piensa en nosotros.