Teoría y análisis

¿Por qué nos encanta el cine de terror si nos hace sufrir?

¿Por qué nos encanta el cine de terror si nos hace sufrir?

Sentarse a ver una película de terror puede parecer una actividad masoquista: la gente salta en su asiento, grita, se tapa los ojos, y sin embargo… ahí están, una y otra vez, buscando esa experiencia. ¿Qué tiene este género que lo hace tan irresistible, incluso para quienes aseguran “no disfrutarla”? La respuesta, como bien señalan teóricos como Rick Altman y Francesco Casetti, está en cómo opera el género desde sus códigos narrativos y la respuesta emocional que detona en el espectador.

El terror como experiencia emocional controlada

Rick Altman propone que los géneros cinematográficos funcionan como sistemas de expectativas: el público entra a la sala sabiendo qué clase de emociones debería experimentar. En el caso del terror, el pacto es claro: el espectador quiere sentir miedo, tensión y, en muchos casos, asco o incomodidad. Pero a diferencia del peligro real, el cine ofrece una versión controlada de la amenaza. Es decir, sabemos que no estamos en peligro, aunque nuestro cuerpo responda como si lo estuviéramos.

El cine de terror genera una descarga fisiológica: sudoración, aumento de ritmo cardiaco, sobresaltos. Pero lo curioso es que, al terminar la escena de tensión o miedo, viene una sensación de alivio que puede llegar a ser placentera. Esta dinámica entre anticipación, tensión y liberación es una de las claves del éxito del género. Y sí, muchas veces terminamos riéndonos justo después de haber gritado.

Casetti y la ritualidad del género

Francesco Casetti, en su libro Cómo analizar un film, observa que los géneros son rituales compartidos entre el cine y su público. Cada película de terror cumple con ciertos pasos: un espacio cerrado, una amenaza visible o invisible, un grupo de personajes en situación de vulnerabilidad, y una serie de recursos visuales y sonoros que preparan la tensión (el montaje, la música disonante, los silencios prolongados, etcétera). Estos elementos configuran un guion que el espectador ya conoce, y al cual se entrega voluntariamente.

Este ritual es parte de lo que hace que el cine de terror funcione. El público espera ciertos giros, anticipa los sustos, se aferra a los clichés, y eso genera un juego de complicidad con la película. Cuando el filme rompe esas reglas, genera aún más sorpresa. Películas como Hereditary (2018), Talk to Me (2023) o la reciente Late Night with the Devil (2024) se aprovechan de esa familiaridad con el género para subvertir expectativas y dejarnos emocionalmente sacudidos.

Terror como catarsis

Otro punto clave es la dimensión catártica del terror. A lo largo de la historia, el arte ha cumplido funciones sociales vinculadas a la purga emocional: el miedo, la angustia o la muerte son temas difíciles de abordar en la vida cotidiana, pero el cine ofrece una vía simbólica para explorarlos. Las películas de terror nos permiten enfrentar nuestros miedos desde la seguridad del asiento, y muchas veces incluso permiten una lectura política o social del momento histórico. Desde el horror psicológico hasta el body horror o el terror sobrenatural, cada subgénero abre una puerta distinta a la exploración del trauma y el deseo.

El miedo como goce

Entonces, ¿por qué buscamos una experiencia que, en teoría, nos hace sentir mal? Porque, en el fondo, el miedo es una emoción poderosa que, cuando está mediada por el arte, se transforma en una fuente de disfrute. Y como espectadores, buscamos ese estremecimiento, esa descarga, esa adrenalina. Es una forma de jugar con lo prohibido, de asomarnos al abismo… sabiendo que podemos salir de ahí con solo apagar la pantalla.

Así que la próxima vez que alguien te diga que estás loco por querer ver una película de terror un viernes por la noche, ya tienes la respuesta: no estás loco, estás cumpliendo con un ritual cinematográfico tan antiguo como fascinante.


 

Referencias

  • Altman, R. (2000). Los géneros cinematográficos. Barcelona: Paidós.
  • Casetti, F. (1991). Cómo analizar un film. Barcelona: Paidós Comunicación.

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